El invierno es la etapa del año de máxima interiorización de la naturaleza. No hay más que observar los árboles, los animales, insectos…etc. Es la época con los días más cortos, predomina el frío y la humedad en el ambiente y ello provoca que nuestro sistema se modifique para la supervivencia.
En cuanto a la influencia en nuestra conducta nos toca reposar, almacenar fuerzas, reflexionar para adaptarnos mejor cada año a nuestras circunstancias, lo que produce mayor desarrollo de la introspección y sensibilidad.
Si estamos en equilibrio durante el invierno tendremos energía que se irá manifestando conforme nos exterioricemos en primavera. Por tanto; fuerza de voluntad, persistencia para mantener nuestros objetivos y flexibilidad de realizar cambios (ya que cuestan esfuerzo y requieren de energía).
En cambio, si hay un desequilibrio y no hemos podido adaptarnos bien podemos llegar a presentar síntomas psico-físicos como poca fuerza, letargia, rigidez, arrogancia, vulnerabilidad, incapacidad de relajarse y reflexionar con claridad, temeridad, miedo o incluso depresión. Todos ellos desequilibros marcados por una desadaptación al ciclo de reposo. Haciendo un pararlelismo día/noche con verano/invierno, es como si durante la noche no nos interiorizamos, descansamos, dormimos… Al día siguiente nuestro cuerpo y nuestra mente no estarán preparados para afrontar el día, o lo harán con mayores dificultades.
Al igual que el descanso tiene especial importancia la alimentación. Dependiendo de cada etapa, clima y constitución es más adecuada una que otra. ¿Por qué? porque nuestro sistema no está igual siempre…. Si quieres saber más sobre qué alimentación es la más conveniente para tu salud en este momento, coge cita para tu diagnóstico.
Ainhoa Sáenz Cunchillos (Especialista en nutrición en Clínica Dekilibre)
Centro Dekilibre, promoviendo calidad de vida